Hubo un tiempo en que lo que se le exigía a la estructura de un edificio era que cumpliera con su función de sostener. Y estaba bien, porque permitía construir pisos empleando un mínimo de materiales, en aquella época difíciles de conseguir, y esto repercutía en un piso más económico. Como por lo general desde el punto de vista del usuario del piso se mejoraba lo obtenido frente a donde vivía antes, éste quedaba también más contento que unas Pascuas.

Pero claro, no hay bacalaos gordos y que pesen poco, y esas estructuras adolecían de algunos problemas: como los forjados eran muy ligeros y no vinculaban las viguetas con efectividad se producían muchas vibraciones, perceptibles cuando el usuario caminaba por ciertos puntos. También, por descontado, el aislamiento era deficiente, tanto térmico (aunque eso se achacaba a las ventanas o a que este invierno es muy frío o que hace calor) como acústico; y éste sí se percibía.

También algo que cada usuario acababa por descubrir: los pisos estaban todos combados y había que calzar los armarios y librerías.

Los pisos antiguos tenían un mal comportamiento frente a las vibraciones, un mal aislamiento térmico y acústico y deformaciones excesivas. Y podemos imaginar que también un mal comportamiento frente al fuego.

Poco a poco, sea por el avance de la técnica, por el desarrollo de la legislación o por el aumento de las exigencias de los usuarios, hemos llegado a la situación actual, con pisos razonablemente sólidos, aislantes y seguros.

Ahora bien…

Hay otro aspecto del asunto, algo en lo que nadie piensa.

En los pisos antiguos, la función de sostener las paredes, el suelo y el contenido lo cumplía la estructura pesando quizás 125 kg/m². En un piso moderno, esa misma función de sostener las paredes, el suelo y el contenido se cumple con 620 kg/m² de estructura, como valor real típico. En un piso antiguo, la estructura venía a ser el 25% de las cargas a soportar. En un piso actual puede suponer el 60%. Cuando tiene que aguantar lo mismo.

¿A nadie le chirría nada?

Lo que estamos diciendo es que en los edificios modernos el 60% de lo que tienen que aguantar los pilares y cimientos es el propio peso de la estructura del edificio. Antes era en torno al 25%.

Dicho de otra forma más gráfica: si usted pesase 70 kg, ¿elegiría una bicicleta de 100 kg? Pues son el 60% de los 170 kg que sumarían juntos.

Es evidente que el reto actual, ahora que tenemos edificios sólidos y seguros, es conseguir que pesen poco. O al menos, ya que no como antes, sí menos que ahora.

Lo curioso es que esas soluciones existen. En España la casa FOREL (www.forel.es) lleva décadas empleando casetones de poliestireno expandido, que es un sistema que cuenta con todas las garantías técnicas.  Si pensamos que el peso de los casetones en un edificio moderno suele rondar los 100 kg/m², como es obvio que al aligerar la carga que han de soportar los elementos resistentes del forjado necesitamos menos estructura nos damos cuenta que la ganancia en peso que se consigue es importante.

Artículo Luis Chóliz - INDUS-ENG

Otro sistema, más divertido si se nos permite decirlo, es el de la casa danesa (www.bubbledeck.com). Este sistema emplea, como material de aligeramiento, esferas de plástico. Que producen imágenes como ésta:

 

Artículo Luis Chóliz - INDUS-ENG

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Visto de cerca:

Artículo Luis Chóliz - INDUS-ENG

Puede pensarse que estos elementos “modernos” de aligeramiento son caros. Pero no lo son, si tenemos en cuenta las múltiples ventajas: rapidez y comodidad en la descarga en obra (ergo menos coste) y manipulación (menos coste), y por descontado los resultados técnicos: menos necesidades estructurales, menores pilares, menores necesidades de cimentación.

Entonces ¿por qué no arrasan estos sistemas? ¿Por qué seguimos empleando los pesados casetones y bovedillas? La primera respuesta podría ser que el sector de la construcción es muy tradicional. Nos gusta hacer las cosas como las hemos hecho siempre, aplicar las soluciones que hemos aplicado siempre. No abundan los arquitectos, los ingenieros y los constructores dispuestos a innovar, a hacer cosas distintas, menos aún que confluyan en un mismo proyecto. Tampoco ayuda la legislación, muy reglamentista y conservadora rayando en lo timorato.

Pero esto no es del todo cierto. En la obra pública de infraestructuras (puentes, túneles, obras marítimas…) sí se innova. Y el empleo de materiales aligeradores de verdad se emplea desde hace muchos años. También en la parte industrial de la construcción, las plantas de prefabricados. Así que pocos ingenieros o constructores arquearán una ceja cuando se les presenten estas posibilidades. Y por descontado, de la disposición de los arquitectos a aplicar soluciones novedosas no hay ni que dudar.

Supongo que, en realidad, sí es cierto que algo de eso hay. Tendemos a experimentar sólo en las obras singulares, pero no en lo cotidiano.

Y sin embargo, se puede. Estos sistemas de aligeramiento cuentan con las homologaciones pertinentes y aunque no formen parte de los sistemas tradicionales de construcción pueden emplearse con total seguridad. Así que es sólo cuestión de cambiar el chip.

Se nos llena la boca hablando de sostenibilidad y de medio ambiente. Pues bien, una manera excelente de ayudar es no diseñar edificios con 600 kg/m² de estructura por planta cuando podrían hacerse con 500.

Volviendo a lo de la bicicleta… llama la atención que la mayoría de nosotros hacemos la mayoría de los kilómetros con nuestro automóvil circulando solos y sin embargo elegimos coches de 1.500 kg. Pero esto es un tema para otro día